Hace unos días leía una cita de Simon Sinek que me llamó a la reflexión, considerando el rol que debe cumplir la educación técnico profesional en nuestro país. La cita señalaba “No contratas por habilidades, contratas por actitud. Siempre puedes enseñar habilidades”, lo que va a contracorriente del modelo meritocrático impuesto en nuestro país, donde al parecer la gran cantidad de títulos universitarios que poseas aseguran un futuro esplendor, al menos en el papel (pero eso es harina de otro costal).
En efecto, la mudanza, obligatoriamente constreñida por la necesidad, de un sistema de educación terciara volcado al requerimiento de profesionales universitarios, va paulatinamente dando paso a la necesidad de contar con personas trabajadoras, con conocimientos prácticos -habilidades- que den vida a la teoría, y que llenen el vacío dejado por el exceso de “cascos blancos”.
De esta manera la enseñanza técnico profesional (TP) genera esta oportunidad de entregar habilidades para el mundo laboral, requeridas por la industria y que cuenta con una serie de bondades, a saber: adquirir estas habilidades requiere de un costo reducido -en comparación con las Universidades-; pueden ser entregadas en un espacio de tiempo corto, por lo que el estudiante puede en un período reducido de tiempo contar con una certificación en habilidades que le permiten ejercer un empleo; permite el reconocimiento de aprendizajes previos y que mas o menos desarrollados, presenta una tremenda oportunidad de reconocer la experiencia adquirida en el transcurso de años de trabajo; permite mayormente la comunión entre trabajo y estudio, atendida la flexibilidad de sus módulos.
Ahora bien, la enseñanza de habilidades no es nada nuevo en el mundo globalizado, que en experiencias comparadas de países como Canadá, Alemania y España (solo por nombrar algunos) resulta una tremenda oportunidad de estudio, y de poder insertarse en el mudo del trabajo a temprana edad, permitiendo adquirir habilidades a temprana edad, lo que se traduce en la posibilidad de optar a especialización, todo ello en el mismo tiempo en que un profesional termina de prepararse para el mundo del trabajo, y que muchas veces ni siquiera sale listo para ello.
Así, el largo tiempo empleado en preparar un profesional, unido a la necesidad de contar con técnicos para nuestro país, y el hecho que genera un gran número de probabilidades de especialización, tornan a la educación TP ya no en solo una alternativa, sino en una posibilidad cierta. En este sentido, nuestro país dio un tremendo paso en este sentido al regular los Centros de Formación Técnica Estatales -uno en la región de Antofagasta, ubicado en Calama a pedido de la descentralización- que además de entregar gratuidad a sus estudiantes que cuenten con los requerimientos, tienen la misión de formar técnicos de nivel superior en concordancia con las necesidades sectoriales de la región.